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viernes, 12 de diciembre de 2014

¿Estamos patologizando la vida cotidiana?

¿Estamos patologizando muchas facetas de nuestras propias vidas?

La reciente publicación del manual DSM-V ha suscitado un importante debate. Esta clasificación se encuentra con la limitación de que estos trastornos no siempre encajan adecuadamente dentro de los límites de un único trastorno.
Algunas aportaciones interesantes son:  Las adicciones ya no se limitan a sustancias químicas sino que se extienden a los excesos conductuales y respecto a los trastornos de personalidad se ha añadido un modelo alternativo en la sección III basado en un enfoque dimensional que podría sustituir a las categorías actualmente existentes.
El mayor error desde nuestro punto de vista es el aumento de diagnósticos psiquiátricos, además de ser menos exigentes para los criterios diagnósticos en las categorías antiguas.
Los trastornos mentales son patrones de comportamiento asociados a un malestar emocional o físico. Sin que esta parte se esté teniendo en cuenta. Las demandas que recibimos han cambiado tanto que cada vez observamos que nos alejamos de este manual en cuanto a su tendencia a patologizar situaciones comunes que generan algún tipo de malestar. Existe una mayor intolerancia al sufrimiento por parte de los pacientes, esto supone una situación de infelicidad o insatisfacción personal que llega a mostrar significación clínica. Pueden ser casos de conflictos de pareja, dificultades de convivencia, estrés laboral, adaptación a nuevas situaciones, etc… siendo evidente una falta de herramientas para gestionar estos conflictos por parte de los pacientes y una cada vez menor red de apoyo social y familiar debido a la tendencia actual de la sociedad a individualismo. Pero ¿es esto una patología? ¿Se trata de trastornos? ….
Si llegamos a establecer trastornos o patologías de estas situaciones contribuimos a una mayor medicalización de la vida diaria y comenzamos a asignar nombres clínicos y farmacológicos a situaciones concretas de la vida…. No deja de ser significativo que en la primera edición de la DSM se clasificaban 106 trastornos y en la actual 216. ¿Ha cambiado tanto en 60 años realmente? El caso es que se ha multiplicado por dos y que se han incorporado trastornos como el trastorno disfórico premenstrual, trastorno del estado de ánimo disruptivo o trastorno neurocognitivo leve por citar algunos de los más llamativos.
Creemos que debemos adaptarnos a una nueva realidad en que las consultas que recibimos se deben menos a trastornos mentales y más a situaciones de infelicidad.
En nuestro ámbito el infanto-juvenil algunas de las novedades son las siguientes:
-         Al retraso mental se le denomina discapacidad intelectual, por aquello de des estigmatizar el concepto.
-         Los trastornos generalizados del desarrollo se integran todos en trastornos del espectro autista con mayor o menor gravedad.
-         El TDAH cambia la edad de aparición a inferior a 12 años, además de poder realizarse este diagnóstico de forma compatible con el trastorno autista. Además se reduce el número de síntomas para diagnosticarlo en la vida adulta. De nada sirvió ese artículo en que los autores hablaran de este trastorno como una invención.
-         Se añaden nuevos cuadros clínicos como el trastorno de acumulación antes solo un síntoma del TOC.
En este sentido al hablar de trastornos mentales y no enfermedades se trata de un manual meramente descriptivo lejos de ser un manual de psicopatología.  Hay nuevos trastornos que no encuentran un apoyo empírico sólido y que puede llevar a la medicalización de conductas normales con el riesgo de medicación innecesaria. Casos de estos serían: el trastorno del estado de ánimo disruptivo y no regulado, el trastorno de la comunicación social y pragmática, el duelo por pérdida de un ser querido, el trastorno neurocognitivo leve, la extensión del TDAH a la vida adulta y las molestias de la menstruación….
En definitiva las insuficiencias del DSM V derivan del modelo medico de enfermedad mental. El sufrimiento humano es el resultado de una compleja combinación de factores, biológicos, psicológicos y sociales lo que implica una necesidad de formulación psicológica y sobre todo el NECESARIO  conocimiento de la historia de vida de los pacientes, ahondar más en los porqués y de donde vienen los síntomas más que en el que y como evitarlos.
La tendencia a sufrir por sufrir es tan peligrosa a aquella que trata de obviar y reducir el malestar en un perpetuo estado de hedonismo. Las dificultades en la vida nos llegar para crecer en ellas y con ellas. Si las retiramos sin mirarlas de frente, les ponemos un nombre de trastorno y tomamos el fármaco milagroso, estamos desechando una oportunidad única de ser más nosotros mismos y llegar a nuestra esencia. Comprendiendo que nos pasa y porque nos pasa y cuáles son nuestras tendencias que nos limitan podemos crecer. Es cierto que ello genera “sufrimiento” que no es más que distintas emociones que llegan a visitarnos. Aconsejamos mirar estas emociones, transitar en ellas y por ellas y una vez conocidas, mirándolas y escuchándolas, dejar que pasen por nuestra vida sin quedarse y sin que aniden en nuestras cabezas. Una vez leí algo que me repito y repito mucho a los pacientes “Invita a tu casa a la tristeza (u otras emociones desagradables) escúchala y se amable con ella, pero no le ofrezcas una silla”.
Desde nuestro centro os animamos a no patologizar nuestro sentimiento, nuestro sentir”, confiar en vuestro potencial para crecer.


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